sábado, 2 de octubre de 2010

La Rosario necesaria

Este viernes 1 de octubre participamos invitados por la agrupación GIROS que inauguraron un local con radio muy bien instalado sobre Avenida Avellaneda casi esquina Mendoza.La propuesta era debatir con otros legisladores y concejales sobre Planificación Urbana de Rosario y las posibilidades todavía ausentes de viviendas sociales. Palabras más, palabras menos, esto fué lo que planteamos.

Entre las hondonadas del barro seco de la calle, unos chiquilines juegan con una pelota casi destruida. Es casi de noche, y la única lámpara de alumbrado público que queda en la cuadra se balancea por el viento, mostrando u ocultando el rancherío que desordenadamente se apiñan sobre tortuosos senderos entre alambrados semi-caídos y paredes de madera, chapas agujereadas y polietilenos. Las zanjas repletas de un líquido viscoso y putrefacto, rodean las malformadas manzanas, como reservorio permanente de alimañas e insectos. Una maraña confusa de cables se entremezcla con los pocos árboles que sobreviven. Infaltables, penden de ellos zapatillas rotas, restos de algún improvisado barrilete y bolsas de plástico. En un baldío se acumulan restos de basura y restos de polietileno entre los yuyales, por donde algunos hambrientos perros buscan desesperadamente algo para comer. A unas cuantas cuadras, una iluminación más fuerte permite vislumbrar cada tanto el paso de colectivos que van dejando algunas personas que entre bicicletas, motos y carritos desvencijados apuran el regreso.

Esto también es Rosario. Esto y no sólo esa marketinera fotografía que se les muestra a los visitantes y turistas, con imágenes que desde el Río aparecen como remedos de una metrópoli del ¿Primer Mundo?. Todos los esfuerzos de la gestión municipal de los últimos años está puesta en el apoyo al desarrollo de grandes negocios inmobiliarios, donde muy pocos se quedan con los beneficios económicos. Ocupan las mejores tierras, desalojando cualquier tipo de actividad productiva, impidiendo el acceso libre e irrestricto al río, salvo para mirarlo desde un automóvil o en algún resquicio de pretendidos “parques”. Edificios sin límites de altura forman murallas visuales al resto de la Ciudad, asegurando siempre vistas exclusivas a sus dueños, a costa de impedírselo al resto de los habitantes. Eso, la exclusión, parece ser el paradigma fundamental de estos criterios urbanísticos que han logrado destruir tantas expresiones del patrimonio cultural arquitectónico, despreciando la historia construida para favorecer los intereses de poderosos empresarios de la construcción.

Ya se ha dicho otras veces, pero parece que nunca está de más señalarlo: no está mal construir, no está mal realizar grandes edificios, no está mal promover el desarrollo edilicio. Lo que sucede es que la forma en como se lo propone no coincide con lo que debiera ser primordial en cualquier gestión municipal: elevar la calidad urbanística en toda la ciudad, pero para todos sus habitantes. La disculpa de que estos proyectos generan trabajo no es real en las dimensiones en lo que se requiere por las circunstancias en las que viven tantos miles de habitantes. No estamos hablando sólo de quienes sobreviven desgraciadamente en los espacios descriptos al inicio de estas líneas. Todos los barrios de la Ciudad tienen demasiados problemas irresueltos todavía. La urbe en su conjunto los tiene.

Muchas veces se ven inauguraciones de viviendas y re-urbanizaciones de villas miseria. Pero: ¿cuántas viviendas con esos objetivos se han venido realizando en esta gestión? ¡No más de unas 120 o 150 por año! Existen no menos de 150.000 personas viviendo en condiciones paupérrimas y hacinadas. Si las cuentas no nos salen mal, eso significaría entre 25.000 y 30.000 viviendas. Siguiendo con las cuentas, con el ritmo de reemplazo de viviendas actual, en apenas 200 años se terminarían todas las necesarias. Está bien, puede ser una exageración, pero en realidad lo que importa es que no se encara el tema con las herramientas y la disposición debida. No se plantean métodos que hagan posibles subsidios cruzados desde quienes pretenden construir grandes emprendimientos inmobiliarios y las necesidades de viviendas populares. No se promueve el asentamiento de industrias, las que por sus dinámicas generadoras de valor agregado, aumentan la demanda de mano de obra de todo tipo, con lo cual muchas familias pueden salir de la marginalidad a los que se los ha sometido desde hace tiempo. Lejos de hacerlo, apenas se habla de un “polo tecnológico” que, aunque bienvenido, no es productor de gran cantidad de puestos de trabajo.

Por otra parte, una verdadera planificación urbana no puede limitarse a los límites de la propia urbe. La mayor parte de los habitantes de las villas miseria provienen del interior pobre de nuestra Provincia o de las vecinas. Eso obliga a pensar en soluciones complementarias, que tengan en cuenta la necesidad de los desarrollos territoriales del interior abandonado, que promueva en ellos la producción, el trabajo, la conectividad, la calidad de vida digna. Es esta la única manera de revertir la tendencia a la continua emigración a las grandes ciudades como la nuestra. Por lo que ya no se puede pensar en solucionar los problemas de una ciudad a partir de políticas sólo locales. Lo regional, lo provincial y hasta lo nacional influye y es influido por nuestras acciones urbanísticas. Por eso es que se hace imprescindible establecer criterios de complementariedad, de razonamientos conjuntos de las realidades urbanísticas e infraestructurales en la totalidad de la región, procurando la participación del Estado Provincial y en algunos casos, del Nacional.

Claro que algo se habrá hecho al respecto, pero: ¿que resultados se tienen de ello hasta ahora? Siempre la costumbre de realizar acciones espasmódicas, presentar proyectos casi faraónicos, mostrarse como los defensores de la calidad institucional porque se realiza cada año esas falsas reuniones de “presupuesto participativo”, del que salen sólo los proyectos que el ejecutivo y sus representantes presentan en esos foros, terminando en obras que llevan años propuestas y sin concretar. Sin embargo, como buenos vendedores y especialistas en marketing que son, logran sobresalir ante organismos internacionales que premian sus labores, evidentemente porque no viven aquí.

Probablemente estas líneas no alcancen a convencer a muchos. Peor todavía: con su prédica han logrado mantener convencido a la mayoría de los habitantes que ese es el camino para convertir a Rosario en la “Gran Ciudad”. Lo terrible es que el tiempo es el peor enemigo de estos procesos urbanísticos, porque nadie puede rehacer el patrimonio destruido, ni los espacios ocupados con obras gigantescas y fastuosas, ni la desaparición de los espacios libres. Es la lucha contra esa cultura mercantilista la más difícil, pero la más necesaria, con el fin de generar los nuevos paradigmas urbanos de una Ciudad igualitaria, totalizadora y vital.

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